Para comprender el mecanismo de la astrología conviene ponerse en la mentalidad de los antiguos griegos que fueron quienes desarrollaron la astrología que nos ha llegado hasta nuestros días.
En su forma de pensar, la Tierra es el centro del Universo y sobre ella, girando de una manera regular, se mueve la Luna, el Sol, las estrellas errantes, que son los planetas, y también se mueven las estrellas fijas, cada cual por su órbita, rodando por una esfera cristalina y transparente como el cristalino del ojo. De ese modo se crea el concepto de las “Esferas celestes” o los diferentes cielos.
Por el primer cielo se mueve la Luna rodando por la esfera cristalina de ese primer cielo. El planeta Mercurio va rodando por el cristalino de la segunda esfera o el segundo cielo. Venus lo hace por la tercera esfera. El Sol se mueve sobre el cristalino de la cuarta esfera. Marte rueda por la quinta esfera, Júpiter por la sexta y Saturno camina rodando por la superficie cristalina de la séptima esfera. Sobre las esferas cristalinas por las que se mueven los planetas hay una octava esfera por donde se mueven las estrellas fijas, y por encima está a novena esfera de los Signos zodiacales, todo ello con su movimiento propio. Como un enorme reloj donde el mecanismo está formado por el movimiento de los cuerpos celestes sobre las esferas cristalinas.
Este es el mecanismo que usamos en astrología. Un cielo que se transforma en reloj, un reloj de movimientos perfectos.
Usando este concepto podemos imaginar una bóveda celeste recubriendo el edificio de la astrología que está sostenido por las cuatro columnas de los planetas, los signos, las Casas y los aspectos. Ese es el techo abovedado del edifico del templo de la astrología. Un techado móvil y translúcido que da cobijo a toda la construcción.
Todo se mueve, desde la Luna en el primer cielo que tarda 28 días en dar una vuelta completa, el Sol un año, los planetas cada uno según su ciclo y también las estrellas fijas que tardan unos 24.000 años en dar un giro completo sobre la octava esfera.
En la antigua mentalidad astrológica, cada uno de los cuerpos celeste ejerce su influencia en modo elevación, su acción es parecida a la de la lluvia, con la salvedad que la “lluvia” celeste, no cae, sino que eleva, tira hacia arriba, hace crecer, levanta, aumenta. Una forma de entender esta influencia “elevadora” es la influencia de la Luna en las mareas marítimas, donde era bien conocida la influencia de elevar las aguas del mar. Y también sabían que cuando hay Luna llena o Luna nueva, cuando se forman zizigias o alineamientos entre la Luna la Tierra y Sol, es cuando hay mareas vivas, y durante tres días la elevación de las mareas es máxima, y es cuando se nota el “tirón” de los cuerpos celestes.
Nosotros actualmente sabemos de sobra que eso es cosa de la fuerza gravitacional, pero el concepto de fuerza de elevación de los cuerpos celestes y sobre todo de las estrellas fijas de la octava esfera, procede de esa observación.
Igual que hay mareas vivas, hay mareas muertas, eso es algo que ocurre cada vez que el Sol y la Luna se “esquinan”, algo que ocurre un par de veces al mes, cuando ambos forman un ángulo de 90º grados, entonces las fuerzas del Sol y la Luna se contrarrestan y no elevan, sino todo lo contrario.
Con los planetas y las estrellas fijas ocurre igual. De tal manera que el entramado de la bóveda celeste astrológica está sujeta por hilos de luz que elevan o contrarrestan, como el centro de un tejado circular de piezas de piedra tallada donde una pieza se apoya con otra para formar el techo.