Salir de Barajas siempre resulta difícil y más en un día de niebla. El vuelo ha salido con retraso, como todos los vuelos del día, pero al final hemos despegado. El avión ha salido en dirección norte, luego virando hacia el oeste, ha atravesado la provincia de Cáceres, ha entrado en Portugal y ha salido al Atlántico por encima de la desembocadura del río Tajo. Allí estaba Lisboa y “o ponte” el puente que une las dos riveras y que tantos recuerdos tiene para mí.
Atravesar el Atlántico tiene una sensación particular, en especial en esta travesía que cruza el océano a lo ancho y viajo casi todo el tiempo de día, bueno, de tarde, uno de los atardeceres más largos de mi vida. El océano siempre presente, el mar que parece que no tiene fin, horas de vuelo en el que la vista se pierde y sólo se observa océano y más océano. Todo en calma hasta llegar a las proximidades del Caribe. Ahí me encontré con el huracán Irene. La calma del Atlántico desaparece, Irene cambia por completo todas las sensaciones. El enorme avión se transforma en un lugar de excitación, ajetreo y nerviosismo, se abren varias compuertas de los equipajes, algunos bultos caen por el suelo, me sube la temperatura del cuerpo, pierdo la calma, siento miedo, ese miedo que como único recurso queda dar gracias a Dios por el tiempo que me ha permitido pasar en este planeta.
Uno de los brazos de Irene zarandean toda la nave. Durante los veinte minutos que estuve en los brazos de Irene, de nuevo me recordó los peligros del Caribe. Nunca antes había tenido un experiencia de este tipo, donde el miedo hace sentir impotente al más valiente. Durante esos minutos Irene era la dueña del cielo, estaba en sus manos, y en las manos de Dios. Al final el avión viró hacia el sur y salimos de la zona del huracán Irene que se dirige hacia Miami. Todo ha pasado, sólo ha sido un largo susto. Unas horas más de vuelo y ya estoy en Santa Fé de Bogotá.
Estoy en el Hotel Bogotá Plaza, cinco estrellas, habitación 1030, cinco metros de ancho por nueve de largo, nevera, televisión, cama grande, dos butacas con mesa camilla, un amplio mueble que cubre toda una pared, baño completo, provisto de secador, albornoz y todas las necesidades de toilette. Todo el frontal es una cristalera que da al este por donde entra el sol a raudales. A las seis y media de la mañana me ha despertado el primer rayo de sol.
Desde el ventanal observo al fondo una línea de montañas. Pequeñas nubes están sujetas a la frondosa vegetación. En las faldas aparecen construcciones modernas, luego se extiende toda la ciudad que está rodeada de montañas verdes. Aquí se apiñan más de siete millones de personas, es uno de los lugares altos, -estamos a 2600 metros de altura- más poblados. El clima es similar al de la primavera mediterránea, llueve, sale el sol, se nubla, vuelve a salir el sol. Aquí no se pasa frío, pero tampoco calor.
Santa Fé de Bogotá está enclavada en una planicie alta, encerrada entre montañas, que encontró el español Gonzalo Jiménez después de padecer mil y un sufrimientos causados por el calor y los bichos de todo tipo. Santa Fe de Bogotá está más cerca del cielo que otras ciudades, el aire, a pesar del intenso tráfico, es limpio y transparente, pero cuesta un poco respirar, pienso que uno que esté enfermo de asma le podría dar un ataque al llegar. He observado algo parecido a lo que ocurre a mucha gente cuando sube a Sirventa, baja la tensión, durante las primeras horas te falta el aire y se orina mucho eso te hace tomarte las cosas con más calma. Quizás por esa falta de tensión, aquí se toma mucho café y desde luego es el paraíso de la coca, pero no de ese polvo tratado con gasógenos que acaba destrozándote la nariz, el cerebro y el bolsillo, aquí se mascan las hojas como se masca el chicle en San Francisco.
Al café le llaman tinto. Tienen un café excelente pero lo toman largo y suave, flojo para mí, por eso este año he traído como regalo una cafetera exprés, así podremos tomar unos buenos cafés, de esos que despejan el alma y no llenan la barriga de líquido.
Por la noche nos han invitado a una casa muy especial y muy difícil de describir, pero lo voy a intentar. Era una casa ubicada en el casco antiguo de la ciudad construida a principios del siglo XIX.
El casco antiguo de Bogotá parece un pueblo extremeño, casas de una o dos plantas con grandes alerones en los tejados, ventanas enrejadas y estructura del más puro estilo español de siglos pasados. Las calles, estrechas y empinadas están pavimentadas con cantos rodados, como son las calles de los cascos antiguos de media España.
La casa por el exterior no presenta ninguna cosa especial. Desde la calle es un casa de una sola planta, pero al entrar, después de atravesar un pasillo de tres o cuatro metros se llega a un patio central, muy parecido a un claustro con una enorme claraboya en el centro que permite la entrada de la luz del cielo. Lo curioso es que el patio no está en el mismo nivel del suelo de la entrada, sino que está una planta más abajo. Cuando se entra se llega a una galería de madera que rodea todo el patio que está debajo. El patio es una mezcla de claustro y patio andaluz lleno de grandes macetones con plantas exóticas de varios tipos. El suelo está compuesto de cantos rodados y ladrillo adobado, los muros laterales son de piedra vista y alrededor del patio se levantan pilares de madera que sujetan toda la estructura, también de madera, de las galerías superiores que dan al nivel de la calle y a las diferentes estancias de la vivienda, como techo, una enorme claraboya de cristal que te da la sensación de estar dentro de un gran invernadero-patio andaluz-claustro medieval.
En la parte norte del patio, apoyado a una de las columnas de madera, una chimenea de hierro encendida. En la parte opuesta del patio rectangular, un piano y varios macetones con plantas parecidas a las orquídeas -una de ellas, que tiene las hojas como cintas alargadas, hace unas flores parecidas a los lirios pequeños que tiene los pétalos de color verde como la planta, nunca había visto flores de color verde salvo las del cáñamo.
Entre una parte y otra, ocupando la mayor parte del espacio, todo está lleno sillones de viejo estilo, mesas de varios tamaños, equipo de música que sonorizaba todo el recinto, bebidas variadas y mucha comida sobre una mesa larga en plan buffete donde había varias fuentes con verduras, ensaladas de aguacates, pescado, carne mechada fría, unas cosas redonditas que parecían tomatitos, queso blanco, salsas variadas, panecillos de diferentes clases, buenos vinos tintos de cavernet franceses, postres franceses, verdaderos “gateaux” -que según me contaba la anfitriona, le horneaba un panadero francés cuando ella se los encarga.- También habían unos cestones llenos de frutas de todas clases, de las que me he comido unos platanitos muy pequeños pero muy sabrosos, todo ello servido por un camarero muy puesto, atento y servicial, vestido de negro con guantes blancos que nos servía de todo y desde luego, unos anfitriones muy especiales.
Helene es una mujer francesa, Acuario del 45, psicoanalista, astróloga y artista. Rubia albina de ojos claros extremadamente culta y acogedora y su pareja, un Tauro-Acuario, médico, que después de practicar las terapias farmacológicas normales, se ha pasado a medicina alternativa y con quién he tenido una larga conversación. Este hombre, después de practicar durante años la medicina tradicional, ha pasado por todas las terapias alternativas; acupuntura, auricoterapia, reiki, y una variada gama de terapias hasta que ha llegado, según él, a las terapias espirituales en las que no usa medicamentos, palabras ni imposiciones de manos. Simplemente realiza terapias en grupo a través de meditaciones en las que un pequeño colectivo de personas hacen de terapeutas a través de una meditación junto al paciente y así llegan a su sanación. Me contaba que les llegan sólo pacientes que ya están desahuciados por las demás medicinas, tradicionales o alternativas y que experimentan curaciones que podrían considerarse milagrosas.
Terminado el Congreso de Bogotá al que he asistido, me han invitado a pasar unos días en Pereira, así que he tomado un avión y ya estoy en una de las zonas cafeteras más bellas de Colombia y quizás del mundo
Desde Pereira me he trasladado hasta la reserva de Salento, en pleno centro del bosque húmedo colombiano. Estoy al final de un valle alargado, completamente verde, verde de variados verdes, que termina en un círculo montañas, también verdes de selva verde de mil verdes. Por el centro del valle discurre un riachuelo. Desde donde estoy se puede escuchar el murmullo del agua que corre.
Estas montañas verdes son bastante accesibles, no son moles de roca como el Puig Campana de frente de mi casa de Sirventa. Estas montañas son romas, casi sin peñas, sólo de vez en cuando surge un peñasco de la tierra, como si la roca que se esconde en el fondo te hiciera un saludo. Montañas cubiertas de varias capas de vegetación y perladas de prados donde pacen unas vacas con joroba de color gris plateado muy bello.
Sobre el bosque destaca un tipo muy especial de palmera de tronco plateado y liso, aquí y allá, sin formar grupos espesos surgen hacia el cielo unas esbeltas y bellas palmeras como los fuegos artificiales. Estas bellísimas y garbosas palmeras, que ocupan el estrato más alto del bosque, son las campeonas en la búsqueda de la luz. Por encima de las palmeras, dominan las nubes algodonosas que se pegan en lo alto del bosque e impiden observar las cúspides de las diferentes montañas. La verdad es que aún no he podido ver más allá de esas nubes que impregnan todo el bosque.
Esto es el bosque de niebla o bosque húmedo colombiano, es increíble la exuberancia que puede llegar a tener la naturaleza, yo que vengo de un secarral me quedo atónito mirando helechos de más de tres metros de altura, aloes gigantescos………..
El sábado por la mañana hemos decidido hacer una incursión en el bosque, me acompañan Luz María Salazar, la anfitriona del lugar, que me ha dicho que a ver si encuentra un hongo rojo muy especial, para que lo pruebe, también vienen Norberto, Patricia y los niños que van delante abriendo camino. Subimos por un sendero estrecho que atraviesa un arroyo y poco a poco, paso a paso ascendemos por el bosque. Desde aquí se observan varias bandadas de garzas blancas que cruzan por el centro del valle y se dirigen hacia el este, hacia el fondo del valle; cuatro garzas, dos garzas, siete garzas….
En este bosque todos los árboles están llenos de musgo, les crece como si fuera pelo. Por todas partes crecen varias clases de helechos, puedo ver unos pequeños y otros gigantes, aquí veo uno que tiene las hojas de más de cinco metros. También hay helechos colgantes que nacen en las ramas de los arboles.
Todo está húmedo, el suelo de tierra negra que piso, los troncos de todos los árboles, las ramas secas de los árboles caídos, las hojas de las plantas, hasta el aire que se respira es completamente húmedo. Hay plantas que tienen las hojas en forma de escudo alargado, tan grandes como una persona. Me pongo una hoja con la punta en mis pies y saco la cabeza por el otro lado como si me disfrazara de hoja.
Luz Maria ha encontrado el hongo de color rojo. Es precioso de color rojo muy encendido, como los pimientos rojos cuando ya están bien maduros. Me acerco, lo corto y le meto un bocado, sabe un poco a pimiento dulce, entre pimiento y manzana. Me lo como sin pensar en más. Al lado he visto, unas boñigas de cebú. El hongo está bien formadito y terso, – Ñam, ñam, hum.- Sabe un poco a champiñón, pero más afrutado y dulce. Dicen que estos honguitos tienen propiedades mágicas. Bueno, ya veremos que tal mágicos son.
Ahora estoy sentado en el suelo sobre una enorme hoja de helecho que me sirve como alfombra, justo a mis espalda tengo un viejo árbol con el tronco lleno de musgo de pelo largo, parecen árboles barbudos. El árbol está abrazado por una enredadera de hojas en forma de escudo alargado, como la grandota de antes. Delante de mí todo es follaje, ramas de helechos, de palmeras finas, de mil variedades de plantas que desconozco.
Mariposas de muchos colores, arañas y pájaros por todas partes.
Ahora estoy parado delante de un árbol muy viejo, tan viejo que apenas tiene vida, parece que está medio muerto. Las ramas están recubiertas de musgo verde y blanco muy espeso y molloso, de las ramas nacen helechos y orquídeas, bellísimas orquídeas con flores que parecen lenguas que salen de una boca que se ríe.
-Esto no puede ser, así que sin duda estoy flipando con el hongo. Ahora veo otra bandada de garzas blancas que vuela siguiendo el curso de riachuelo. Más abajo, junto al río, debajo de las garzas hay un puñado de buitres, que parecen pavas jóvenes, pegando saltitos y picoteándose entre ellos. Mucho bicho suelto revoloteando. Veo una especie de moscardón grande libando de una flor con forma de trompeta alargada que sale de una planta que nace en el tronco. No, no es un moscardón, es una pajarito pequeño con el pico alargadito enchufado a la flor, es un pajarito que vuela como un moscardón y se mantiene en el aire libando de la flor, es un colibrí, nunca había visto uno de vedad y tan de cerca
Tengo la sensación de que todo esto está vivo, pero no vivo a pedacitos, sino como el conjunto, como si todo el bosque fuera un sólo ser y yo estuviera recorriendo parte del animal.
¿He dicho animal? Pues sí, eso es, es como si estuviera en un animal, enorme, vivo, palpitante, increíble. El tronco que me parecía medio muerto, ahora que lo toco y lo miro bien, está infectado de vida, es pura vida concentrada, está lleno de vida por todas partes. ¡ Ahhaaaa¡ todo esto está vivo.
Me siento un animal medio artificial. Si me quito los zapatos, me desnudo y me quedo un par de horas por aquí suelto, pillo una pulmonía que me muero, vaya mierda de bicho que soy. Me pregunto: ¿qué hace un bicho como yo en un lugar como este?
-La verdad es que me llevo a cada sitio………..a ver que me oriente, estoy en el bosque húmedo de Colombia, veo, veo ¿qué ves ? ¡ostri! -Veo al fondo del valle tres picos nevados. Será el Nevado de Ruiz ? Miro el suelo y veo tréboles de tres hojas pero muy picudos, como las orejas de Spok, el marciano de la serie de TV de los 60. Estoy flipando.
He llegado a un punto desde donde no puedo pasar, delante de mí hay una especie de barranco por donde circula un riachuelo, el resto se ve puro bosque intransitable. El suelo está húmedo pero no embarrado. Como calzado, llevo los mismos zapatos kiovas de todos los días, osea, estoy en el bosque con zapatitos de salón.
La temperatura es fresca y muy húmeda, pero sin llegar a ser fría del todo. Noto un exceso de humedad, caen gotitas, está empezando a llover, quizás sea mejor que empiece a regresar, aquí cada uno se ha ido por un lado……me da pereza moverme, aquí se está muy bien, me siento como un enano de esos que viven dentro de las setas….el hongo….¡vaya hongo mágico !.
Lo que si que percibo es una extraordinaria gama de verdes, aquí todo es verde. Desde un verde que es casi pardo que se va degradando hacia verdes intensos; verdes esmeraldas, verdes crisoprasa, verdes puerro, verdes amarillentos, verdes azulados y el fondo del suelo negro…..por arriba las nubes que se pegan en lo alto de los árboles y sueltan gotitas. Gotitas y más gotitas que me están mojando el cuaderno. -Menos mal que luego lo escribo con el ordenador, porque al caer las gotas sobre el papel parece que se les corre el “rímel” a las palabras.
Hay una variedad enorme de pájaros y aves más grandes, loros grises, tucanes de pico enorme, una especie de palomas, varias clases de colibríes, gallinazos -que son una especie de buitres que parecen pavas- he visto un montón de garzas y cuatro águilas revoloteando por encima del prado. Todo el rato estoy oyendo sonidos de aves y otros bichos; chip, chip, chip, otras aves, richisi, richisi, richisi,… acacuá, acacuá, acacuá.. chirilan, chirilan chirilan…..y el ric, ric, ric, de otros bichitos que, con el chip,chip, chip de las gotitas de agua que caen constantemente forman una orquesta sin igual.
-¡Tito. Tito !….la voz de Luz María que llama….A la llamada también acude una especie de caballo de color canela con cresta y crines negros que estaba pastando al lado del bosque -Por favor que susto, lo tengo a dos metros de mi, ¿le digo algo ? ¡Eh burrito ! …me mira y le digo: -Buenos días, mucho gusto. –No sé qué hago hablándole a un caballo.
Mientras bajamos Luz Maria me dice que este bosque tiene más de trescientos años sin explotarse, aquí hay palmas de cera de todos los tamaños, desde pequeñas de unos palmos hasta de más de cincuenta metros de altura, hay unos árboles bellísimos de hojas grandes y plateadas que se llaman yarumas, cedros negros, cedros rosados de grandes troncos, guayacanes de madera dura y negra, pinos colombianos, araucarias, borracheros, así les llaman a las ceibas, y un montón de especies. También hay robles enormes, que según dice Luz, eran los árboles sagrados de los antiguos habitantes de ese lugar. -Me contaba Norberto que los conquistadores tuvieron que cortar estos grandes árboles para acabar con el culto animista de los antiguos habitantes del lugar.
En la bajada se ha parado ante un enorme roble que tiene un agujero en la base, y Luz me ha dicho que era la puerta de una de las casas de los duendes del lugar. Pocos metros más abajo, he visto salir desde la espesura, a un pequeño ser de no más de dos palmos de altura, que se ha enredado entre las piernas de Luz y le ha hecho caer por los suelos, arrastrando el trasero por la tierra. La carcajada ha espantado a un grupo de tucanes de gran pico amarillo.
Ahora bajan las garzas blancas cruzando el valle de nuevo en dirección oeste, vienen del nevado y se dirigen a zonas más cálidas. Me parece que yo también me voy a ir a otra zona más cálida, pues tengo los zapatos y los pantalones empapados ….y sigue el chipp, chipp, de las gotas de lluvia que no paran de caer…….
Luego vamos a visitar una cascada. Subimos por una senda que atraviesa unos prados franqueados por cipreses centenarios, los troncos son tan grandes que se necesitan tres o cuatro personas para abarcar su perímetro y tienen la altura de un edificio de cinco o seis plantas, son enormes, nunca había visto uno cipreses de tan gran tamaño.
Caminando se llega a la parte superior del riachuelo, después de andar a saltos y con equilibrio durante un rato por entre las piedras se llega a la cascada. Es como la cascada que todos imaginamos en medio de la selva, con su charca amplia que incita al baño, con agua clara y transparente…..pero no, no me baño, no me mojo, ni siquiera la toco. He conseguido llegar hasta aquí sin mojarme ni un solo dedo del pie, no estoy para agua, no me apetece mojarme.
En el prado que separa el rio y la cascada de la casa, pacen unos cebúes. Ahora estoy sentado sobre una piedra al lado del rio, se oye el murmullo incansable del agua, el sol luce y se esconde en una secuencia constante, ahora luce, ahora se oculta, como si estuviera jugando al escondite.
Me he levantado y me voy a buscar uno de esos bellos animales que pastan cerca. Estoy persiguiendo a un cebú macho que tiene una estampa majestuosa…….¡ya lo veo!. Está en un pequeño prado pastando junto a tres vacas blancas y negras y tres garzas blancas….. está de espaldas, aún no me ha visto, mueve el rabo, está comiendo…..la verdad es que si viene hasta aquí, no voy a tener donde meterme y tendré que sacar mis dotes de torero, que por ciertos son nefastas…..
Es un bello animal parecido a un toro pero con joroba y las orejas colgando como las de un perro salchicha. El lomo es completamente blanco plateado y el cuerpo y las patas gris plata, a su lado picotean tres garzas blancas.
¡Eh, torito ! -le grito- ¡ostris ! que viene para aquí…..a ver donde me meto. A mi espalda tengo un poste que sujeta un alambrada de espinos y detrás hay un barranco que cae sobre el rio. -¡Huy ! viene para aquí….se está acercando, tengo que moverme….se dirige hacia mí y me mira…..me da tiempo a llegar a un árbol que hay en medio del prado…..je, je, me he subido al árbol…. ¡Eh torito ! ….ni puto caso. Una vez que me he subido al árbol, el cebú ha pasado olímpicamente de mi y vuelve a pastar. Le tomo unas fotos y regreso a casa….. Esto ha sido la visita al bosque húmedo colombiano.
Mi último recuerdo de Colombia es una visión, no una flipada, algo que veo con mis propios ojos…….Una garita con un soldado dentro, uniformado de azul, boina también azul y botas negras militares, tiene colgado al hombro un fusil ametrallador, pistola y porra en la cintura y le cuelgan unas cadenitas que deben ser la esposas…. …..¿sabéis que estaba haciendo ? Estaba jugando con un “yoyo”, tira el yoyo, lo recoge con cierto garbo, sonríe y vuelve a tirar el yoyo….. y le sale una risotada…..esa es mi última imagen de Colombia.
Y mi último pensamiento es para darle las gracias a Dios por haberme librado de las tentaciones, pues en todo momento he sentido que tenía en ángel a mi lado.